Una
campanilla sonó desde dentro de la cueva. Era la señal acordada. Rasid, y los
demás sacaron sus alfanjes y se adentraron en ella. A lo lejos una titilante
luz les indicaba el camino a seguir. El sudor corría por cada poro de la piel
de los 10. Por fin se podían vengar de ellos. Iban a dar a todos aquellos
cristianos creídos donde más duele. Iban a profanar su fe, quebrar su voluntad
y hacerse con ellos.
Siguieron por
los túneles, a una cierta distancia, la luz que les servía de guía. Según las
instrucciones que les habían dado, no debían llegar a la altura de la luz.
Nunca tenían que conocer el rostro que les iba a ayudar a no ser que quisieran
ser pasto de las hogueras que de vez en cuando se encendían para liberar a los
infieles de sus pecados mortales que cometían minuto a minuto por no abrazar la
fe cristiana.