miércoles, 2 de diciembre de 2015

Viernes Triste(Parte II)

Una campanilla sonó desde dentro de la cueva. Era la señal acordada. Rasid, y los demás sacaron sus alfanjes y se adentraron en ella. A lo lejos una titilante luz les indicaba el camino a seguir. El sudor corría por cada poro de la piel de los 10. Por fin se podían vengar de ellos. Iban a dar a todos aquellos cristianos creídos donde más duele. Iban a profanar su fe, quebrar su voluntad y hacerse con ellos.

Siguieron por los túneles, a una cierta distancia, la luz que les servía de guía. Según las instrucciones que les habían dado, no debían llegar a la altura de la luz. Nunca tenían que conocer el rostro que les iba a ayudar a no ser que quisieran ser pasto de las hogueras que de vez en cuando se encendían para liberar a los infieles de sus pecados mortales que cometían minuto a minuto por no abrazar la fe cristiana.


Crisísforo, un cristiano de padre musulmán y madre judía, sudaba a raudales mientras abría el camino con su lámpara de metal entre los pasadizos que se ocultan bajo el suelo del pueblo. Hacía ya tiempo que se había desengañado de la justicia que predicaban los curas y obispos cristianos desde su púlpito. Su madre había muerto pocas semanas después de dar a luz a su pequeña hermana y su padre, acusado de herejía lo habían ajusticiado unos meses antes.

La familia de su madre. Una respetable familia judía de varios siglos de antigüedad en la localidad, tenía una gran casa enmarcada en medio del pequeño barrio judío del pueblo. Siempre se habían dedicado al préstamo de,  mayores o menores, cantidades de dinero a los pequeños nobles, hidalgos, curas, y algún que otro campesino que ahogados por las deudas necesitaban de sus servicios. Así habían amasado una pequeña fortuna. Desde pequeño había recorrido un millón de veces cada rincón del caserón. Se conocía cada uno de sus escondrijos, puertas secretas y pasadizos ocultos.

En una de sus excursiones de reconocimiento cuando era niño se topó con una puerta cerrada con llave. Aquello era raro, ninguna puerta dentro del recinto se cerraba con llave nunca, sin embargo, ésa si lo estaba. La curiosidad y su habilidad para hacer saltar candados, desde que era muy pequeño, le hicieron ponerse manos a la obra para conseguir desbloquear aquella puerta. Tras varios intentos consiguió abrirla.  Al mirar descubrió una cueva que, años más tarde, le llevaría a los pasadizos por donde aquel momento se encontraba.

Tras varios minutos a oscuras siguiendo al guía, Rasid y los demás se encontraron de golpe con la salida. En las sombras una mano les indicó el camino que debían seguir. Fueron en aquella dirección con cuidado que nadie les descubriese. Cruzaron un patio típico toledano lleno de maceteros con plantas, platos cubriendo las paredes  y un pequeño pozo donde la luna se miraba, coqueta, noche tras noche, hasta dar con la puerta principal que les franqueaba el paso hacia las calles del pueblo. Como les habían indicado la puerta estaba entreabierta, por la abertura podían pasar sin dificultad uno a uno. 

Tenían órdenes de esperar a que el sereno del pueblo pasara por allí. Una vez que hubiera pasado por donde se escondían tenían que robarle las llaves de las puertas lo más silenciosamente posible.Una vez conseguidas las llaves se dividirían, dos a cada una de las puertas, desde lejos matar a los centinelas, que según los espias eran vagos y dormilones, por lo que lo mas probable es que se los encontraran echando una cabezadita y no deberían dar muchos problemas. Al ocupar las puertas, encenderían una luz e indicarían a la guarnición que esperaba escondida en la noche que el camino estaba libre. Después debían esperar a que una trompeta diera la señal de que todos los  soldados que iban a acometer aquella misión estaban en su posición. Al sonido de aquella trompeta abrirían las puertas a la vez y el ejército por sorpresa y sin oposición ocuparía la localidad.

Todo salió según lo previsto. Al son de la trompeta abrieron las puertas de la localidad y el ejército que esperaba en las afueras entró al galope. Cientos de guerreros Sarracenos armados hasta los dientes irrumpieron en cada casa, en cada taberna, en cada cama. Se llevaron a todos los hombres que encontraron. Los agruparon en filas dentro de la plaza principal del pueblo arrodillados mirando a la iglesia por la que tanto habían luchado el día anterior. Encendieron montones de antorchas para que toda la plaza estuviera bien iluminada y que todos los que quedaran vivos vieran con detalle lo que  iba a suceder. Cada uno de los soldados que irrumpió en la localidad se puso detrás de cada arrodillado. Los que quedaban libres hicieron un circulo de seguridad para que nadie pudiera ayudar a los cautivos.

En ese momento, cuando ya todo estaba preparado, las cornetas y los tambores comenzaron a sonar. Un ruido ensordecedor despertó a todo aquel que aún continuaba durmiendo. Incluso, todo aquel que se había librado escondiéndose en algún falso techo o sótano bien disimulado, salió de su escondrijo. El pueblo entero se agolpó fuera del cordón. Cuando ya no cabía un alma más los instrumentos dejaron de sonar. El silencio se apoderó de todo el lugar. Un General del ejército Sarraceno, que se mantenía a caballo con su espada a lo alto recorrió todo el perímetro por detrás del cordón de seguridad comprobando que todos estuvieran en su sitio. Cuando terminó el recorrido fue a la puerta principal de la iglesia. Miró hacia derecha e izquierda y bajó la mano que sostenía el arma dando la señal. Al unísono todos degollaron al rehén que tenían delante al grito de ¡Alá es Grande!.

 En aquel instante, el silencio se hizo aún más sepulcral mientras un gran charco carmesí iba llenando el lugar. Los segundos fueron interminables mientras cada lugareño tomaba conciencia de lo que estaba sucediendo. La rabia y la impotencia por lo que acababan de presenciar se apoderó de cada uno de los que continuaban vivos, y los gritos de desesperación y lágrimas por los caídos rompieron el silencio de la noche. Al final los Sarracenos consiguieron ocupar el pueblo tal y como habían planeado días antes. Lo arrasaron y siguieron su camino hacia el sur.

Tiempo más tarde. El pueblo que no había olvidado la triste historia que sucedió el primer viernes después de la celebración del Corpus Cristi quiso recordar a sus valientes, tanto en aquella dolorosa derrota como en la gran victoria del día anterior.


Para ello se fundió, en el escudo de la villa, un fondo carmesí por la sangre derramada aquella trágica noche con un león rampante protegiendo una custodia con el cuerpo de cristo para conmemorar la gran victoria que consiguió  un pueblo campesino y desorganizado frente a un todopoderoso ejercito armado musulmán en el día del Corpus.

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