Una
campanilla sonó desde dentro de la cueva. Era la señal acordada. Rasid, y los
demás sacaron sus alfanjes y se adentraron en ella. A lo lejos una titilante
luz les indicaba el camino a seguir. El sudor corría por cada poro de la piel
de los 10. Por fin se podían vengar de ellos. Iban a dar a todos aquellos
cristianos creídos donde más duele. Iban a profanar su fe, quebrar su voluntad
y hacerse con ellos.
Siguieron por
los túneles, a una cierta distancia, la luz que les servía de guía. Según las
instrucciones que les habían dado, no debían llegar a la altura de la luz.
Nunca tenían que conocer el rostro que les iba a ayudar a no ser que quisieran
ser pasto de las hogueras que de vez en cuando se encendían para liberar a los
infieles de sus pecados mortales que cometían minuto a minuto por no abrazar la
fe cristiana.
Crisísforo,
un cristiano de padre musulmán y madre judía, sudaba a raudales mientras abría
el camino con su lámpara de metal entre los pasadizos que se ocultan bajo el
suelo del pueblo. Hacía ya tiempo que se había desengañado de la justicia que
predicaban los curas y obispos cristianos desde su púlpito. Su madre había
muerto pocas semanas después de dar a luz a su pequeña hermana y su padre, acusado
de herejía lo habían ajusticiado unos meses antes.
La familia de
su madre. Una respetable familia judía de varios siglos de antigüedad en la
localidad, tenía una gran casa enmarcada en medio del pequeño barrio judío del
pueblo. Siempre se habían dedicado al préstamo de, mayores o menores,
cantidades de dinero a los pequeños nobles, hidalgos, curas, y algún que otro
campesino que ahogados por las deudas necesitaban de sus servicios. Así habían
amasado una pequeña fortuna. Desde pequeño había recorrido un millón de veces
cada rincón del caserón. Se conocía cada uno de sus escondrijos, puertas
secretas y pasadizos ocultos.
En una de sus excursiones de reconocimiento cuando era niño se topó con una puerta cerrada con llave. Aquello era raro, ninguna puerta dentro del recinto se cerraba con llave nunca, sin embargo, ésa si lo estaba. La curiosidad y su habilidad para hacer saltar candados, desde que era muy pequeño, le hicieron ponerse manos a la obra para conseguir desbloquear aquella puerta. Tras varios intentos consiguió abrirla. Al mirar descubrió una cueva que, años más tarde, le llevaría a los pasadizos por donde aquel momento se encontraba.
En una de sus excursiones de reconocimiento cuando era niño se topó con una puerta cerrada con llave. Aquello era raro, ninguna puerta dentro del recinto se cerraba con llave nunca, sin embargo, ésa si lo estaba. La curiosidad y su habilidad para hacer saltar candados, desde que era muy pequeño, le hicieron ponerse manos a la obra para conseguir desbloquear aquella puerta. Tras varios intentos consiguió abrirla. Al mirar descubrió una cueva que, años más tarde, le llevaría a los pasadizos por donde aquel momento se encontraba.
Tras varios
minutos a oscuras siguiendo al guía, Rasid y los demás se encontraron de golpe
con la salida. En las sombras una mano les indicó el camino que debían seguir.
Fueron en aquella dirección con cuidado que nadie les descubriese. Cruzaron un
patio típico toledano lleno de maceteros con plantas, platos cubriendo las
paredes y un pequeño pozo donde la luna se miraba, coqueta, noche tras
noche, hasta dar con la puerta principal que les franqueaba el paso hacia las
calles del pueblo. Como les habían indicado la puerta estaba entreabierta, por
la abertura podían pasar sin dificultad uno a uno.
Tenían
órdenes de esperar a que el sereno del pueblo pasara por allí. Una vez que
hubiera pasado por donde se escondían tenían que robarle las llaves de las
puertas lo más silenciosamente posible.Una vez conseguidas las llaves se dividirían, dos a cada una de las
puertas, desde lejos matar a los centinelas, que según los espias eran vagos y
dormilones, por lo que lo mas probable es que se los encontraran echando una
cabezadita y no deberían dar muchos problemas. Al ocupar las puertas,
encenderían una luz e indicarían a la guarnición que esperaba escondida en la
noche que el camino estaba libre. Después debían esperar a que una trompeta
diera la señal de que todos los soldados que iban a acometer aquella
misión estaban en su posición. Al sonido de aquella trompeta abrirían las
puertas a la vez y el ejército por sorpresa y sin oposición ocuparía la
localidad.
Todo salió
según lo previsto. Al son de la trompeta abrieron las puertas de la localidad y
el ejército que esperaba en las afueras entró al galope. Cientos de guerreros
Sarracenos armados hasta los dientes irrumpieron en cada casa, en cada taberna,
en cada cama. Se llevaron a todos los hombres que encontraron. Los agruparon en
filas dentro de la plaza principal del pueblo arrodillados mirando a la iglesia
por la que tanto habían luchado el día anterior. Encendieron montones de
antorchas para que toda la plaza estuviera bien iluminada y que todos los que
quedaran vivos vieran con detalle lo que iba a suceder. Cada uno de los
soldados que irrumpió en la localidad se puso detrás de cada arrodillado. Los
que quedaban libres hicieron un circulo de seguridad para que nadie pudiera
ayudar a los cautivos.
En ese
momento, cuando ya todo estaba preparado, las cornetas y los tambores
comenzaron a sonar. Un ruido ensordecedor despertó a todo aquel que aún
continuaba durmiendo. Incluso, todo aquel que se había librado escondiéndose en
algún falso techo o sótano bien disimulado, salió de su escondrijo. El pueblo
entero se agolpó fuera del cordón. Cuando ya no cabía un alma más los
instrumentos dejaron de sonar. El silencio se apoderó de todo el lugar. Un
General del ejército Sarraceno, que se mantenía a caballo con su espada a lo
alto recorrió todo el perímetro por detrás del cordón de seguridad comprobando
que todos estuvieran en su sitio. Cuando terminó el recorrido fue a la puerta
principal de la iglesia. Miró hacia derecha e izquierda y bajó la mano que
sostenía el arma dando la señal. Al unísono todos degollaron al rehén que
tenían delante al grito de ¡Alá es Grande!.
En
aquel instante, el silencio se hizo aún más sepulcral mientras un gran charco
carmesí iba llenando el lugar. Los segundos fueron interminables mientras cada
lugareño tomaba conciencia de lo que estaba sucediendo. La rabia y la
impotencia por lo que acababan de presenciar se apoderó de cada uno de los que
continuaban vivos, y los gritos de desesperación y lágrimas por los caídos
rompieron el silencio de la noche. Al final los Sarracenos consiguieron ocupar
el pueblo tal y como habían planeado días antes. Lo arrasaron y siguieron su
camino hacia el sur.
Tiempo más
tarde. El pueblo que no había olvidado la triste historia que sucedió el primer
viernes después de la celebración del Corpus Cristi quiso recordar a sus
valientes, tanto en aquella dolorosa derrota como en la gran victoria del día
anterior.
Para ello se
fundió, en el escudo de la villa, un fondo carmesí por la sangre derramada
aquella trágica noche con un león rampante protegiendo una custodia con el
cuerpo de cristo para conmemorar la gran victoria que consiguió un pueblo
campesino y desorganizado frente a un todopoderoso ejercito armado musulmán en
el día del Corpus.
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