miércoles, 25 de abril de 2012

La mazmorra

Al despertarse sintió un profundo pinchazo en la cabeza que aplastó el cerebro obligándole a cerrar de nuevo los ojos por un instante. Al volver abrirlos y acostumbrarse a la penumbra del lugar, a pesar de que la cabeza le martilleaba, vio que huesos y vísceras llenaban el suelo de la habitación rodeándole por todas partes. Sentado como estaba podía ver tibias astilladas, húmeros sin cabeza, trozos costillas pegadas a algún esternón o a partes de columnas vertebrales fundidos en un mar de sangre reseca con restos de piel, pelo, uñas, intestinos, corazones y demás productos de casquería. Los grilletes que aprisionaban sus muñecas y tobillos los habían lacerado de tal forma que casi podía sentir como le rozaban el hueso. El pelo de su cabeza, en uno de los lados, estaba apelmazado con una costra que imaginaba que era sangre pero no sabria asegurar con certeza si era suya o de la que salpicaba gran parte de la habitación donde estaba. Intentó llevarse una mano al lugar donde notaba el pelo tirante pero la cadena que sostenia el grillete se tenso antes de que alcanzara su objetivo quedándose colgada a medio camino.

Aun no sabía como había llegado allí. A pesar de su embotamiento había intentado hacer memoria con todas sus fuerzas pero el último recuerdo que permanecía en su cabeza era el estrecho callejón que todos los días cruzaba

jueves, 9 de febrero de 2012

Las cartas

Desde la muerte de su madre, Isabel no se había sentido con fuerzas de volver a aquel piso donde había vivido su niñez, donde habitaban tantos recuerdos y por desgracia, primero su padre y luego, con unos cuantos años de diferencia, su madre, habían dejado de existir.

Pero aquel día, un par de meses después de la muerte de su madre, Andrea, y tras mucha insistencia por parte de su marido, reunió las fuerzas suficientes para volver a su antiguo hogar. Y allí estaba, de pie, junto a la puerta del portal del edificio buscando dentro de ella las fuerzas necesarias para meter la llave en la cerradura y entrar en el bloque de apartamentos.

- Ánimo que tu puedes - se dijo más alto de lo que deseaba, puesto que algún transeúnte de los que pasaban en ese momento había girado la cabeza hacia ella. Al darse cuenta, ruborizada, bajó la cabeza, metió la mano en el bolso para buscar las llaves y, cuando encontró la adecuada, la introdujo en el engranaje y, atropelladamente, entró en el portal.

jueves, 12 de enero de 2012

La puerta de la Lechuguina

Como muchos de los habitantes del pueblo conocen, o si no es así sólo tienen que leer uno de los libros que contienen la historia de Yepes, la puerta nueva o puerta de la Lechuguina fue construida alrededor del siglo XIV. Esta construcción se entabla en la ampliación de la muralla defensiva que protegía a la villa de los ataques. En comparación con la distancia entre otras puertas, sorprende la separación que hay entre ésta y la puerta de  Toledo, o del Carmen, que son unos escasos 100 metros, haciendo de segunda entrada, o paso, a todos aquellos visitantes que se acercaban de la capital del reino a esta humilde villa.

Pero no hay tantos que conocen la verdadera historia que entraña a esta edificación. De la leyenda que está escondida en cada una de sus piedras. De las palabras que nacieron y se perdieron entre la argamasa. De las personas que lucharon en pro y contra de la construcción de este, ahora bien llamado, monumento. Como suele ser habitual, estas historias no se encuentran en ningún documento escrito, sino en la memoria de aquellos sabios que normalmente tenemos olvidados, porque ellos no han estudiado, ni han escrito ningún libro, ni son famosos, pero es posible y, muchas veces ciertamente lo es, que tengan un mayor conocimiento y sabiduría que todos estos templos del saber. Los ancianos.

Una de las tardes que pasaba con uno de estos sabios, mi buen amigo  José Venancio, más conocido como “Venan” o “el tío chancletas” mientras me dejaba empapar por sus chanzas, vivencias y correrías, me sorprendió diciendo.