De vez en cuando me viene a la memoria mi perrillo
de cuando era pequeño. No era un perro de raza, ni grande, ni de esos que te
saben dar la pata, ni de los que hacen mil piruetas dejándote asombrado y con
la boca abierta, pero para mí era el mejor de todos, era mi perrillo.
Siempre me han gustado los animales, pero mi
madre, más reticente a ellos, porque por norma general le iba a tocar cuidarlos
a ella, nunca me dejo tener uno, y mira que hice intentos. Cada vez que
tenía la posibilidad de llevarme un cachorrillo a casa lo hacía. Y siempre la
misma historia. Llegaba a casa contento y feliz con mi nueva mascota, con una
sonrisa de oreja a oreja, hasta que traspasaba el umbral y con las mismas mi
madre me la quitaba de un plumazo enviándome de vuelta a la casa del dueño que
me lo había dado para devolverlo. Daba igual que llorara, que intentara
convencerla para que me lo quedara o que me pusiera cabezón diciendo que no lo
iba a devolver, y yo por aquella época podía ser muy cabezón, pero daba igual,
siempre mi madre daba al traste con mis ilusiones y tenía que deshacerme de él.
Tobi, era un uno de esos chuchos que tantos
hay por España, una mezcla, de quien sabe cuántos genes, de distintas razas que
dieron un perrillo pequeño, medio ratilla, con pelo semi-largo blanco y negro,
de orejas grandes y puntiagudas, mirada inteligente y lleno de energía,
"nunca se veía quieto el tío".
Me acuerdo el día que nos lo dieron a mi padre y a
mí. Era verano, como no tenía colegio, antes de hacer el vago en casa, mi padre
me dijo... "¿Te vienes a repartir vino conmigo?" y yo, encantado de
montar en el camión y recorrer los pueblos de Toledo, me fui con él sin
pensármelo dos veces.
A lo largo de la mañana estuvimos en varias
localidades, no me acuerdo de la ruta, pero si del pueblo donde un cliente nos
lo dio. El pueblo era Bargas, un pueblo de la zona norte de Toledo, con sus
casas encaladas y calles semi vacías en verano. Llegamos allí a medio día, más cerca
de la 1 de la tarde que de las 12 de la mañana. Aparcamos el camión
con varias ruedas subidas en la acera para que, si daba la casualidad que
algún coche pasara aquella hora por la calzada, no molestara. Frente a
nosotros, la portada verde el cliente nos esperaba.No recuerdo su nombre. Podría ser Juan, José, Felipe, Luis, Alberto, Carlos…, pero da
igual. Abrimos el lateral de la parte del remolque que daba a la
calle y sacamos las cajas de vino que nos había pedido. El cliente nos
echó una mano y una vez terminado nos preguntó si queríamos tomar algo. Como
hacía mucho calor y ya habíamos terminado la ruta, sólo quedaba volver a casa,
le dijimos que sí. Le sacó una lata cerveza a mi padre y una lata de
refresco a mí.
Mientras nos lo tomábamos, los adultos se pusieron
hablar de sus cosas. Imagino que, como todos ahora, hablarían de cómo va el país, que si antes fue mejor,que a donde vamos a
llegar si todo continúa así, etc.. Yo, la verdad, no estaba atento a ellos, Había que había una perrilla por ahí danzando con la cola todo el rato de
un lado a otro, con muchas ganas de que la hicieran caso y, claro, yo deseando
jugar, me dedique a acariciarla y jugar con ella, y ella se dedicó a lamerme la cara, las manos,
los brazos y jugar conmigo.
El cliente se dio cuenta y me preguntó si me
gustaban los animales y yo con una sonrisa en la boca le conteste, ¡Claro!
-¿Pues te gustaría ver los cachorritos que ha tenido?- Me preguntó. –Ven
que te los enseño. - Me dijo sin esperar mi respuesta.
Pasamos a su casa y en el
patio nos encontramos con 5 perrillos que vinieron a nosotros moviendo la cola
y emitiendo ladridos, bueno más que ladridos, eran una especie de gua, gua en
voz baja y aguda..., no llegaba a ladrido como tal.
- Si te gustan puedes quedarte uno- Me
dijo.
¿En serio?- Le pregunté mientras
miraba a mi padre para que me diera su aprobación. - Papá, ¿puedo? - Él se encogió
de hombros y no dijo nada más. A mi padre también le gustaban mucho los
animales, por lo que nunca pondría pegas a llevar un perrillo a casa.
Así que, ni corto ni perezoso,
elegí uno de ellos, el que más me gustaba, lo cogí entre mis brazos, le di las
gracias al amigo de mi padre y me fui muy contento hacia el camión. Mi padre se
despidió de él hasta la semana siguiente que le tenía que llevar el próximo
pedido. Subió en el vehículo, lo puso en marcha y emprendimos el camino de
vuelta para casa.
Al llegar a casa mi madre se cruzó de brazos con el ceño fruncido. No le gustaba la idea de tener un perrillo en casa, como tantas veces me lo había hecho ver. Pero esta vez tenía un as en la manga, no lo podía devolver al momento puesto que era de otro pueblo y había que esperar unos días para poder volver a ir allí, por lo que se quedó en casa y creció con nosotros.
Siempre que volvíamos del cole nos iba
a buscar. Se colaba en el colegio que había cerca de mi casa por las tardes,
cuando nosotros nos saltábamos la valla para jugar al fútbol, para jugar con
nosotros. Cuando mi padre montaba en el tractor para ir al campo siempre era el
primero que montaba para acompañarlo y nada más llegar a la tierra que tenía
que arar, mi padre le abría la puerta y Tobi se lanzaba a la búsqueda de
conejos, liebres, ratoncillos... Cualquier cosa que se moviera era un pasatiempo para él porque nunca llegaba a cazar nada, sólo se divertía persiguiéndolos..
Un día no volvió a casa. Al día siguiente, preocupados, mi hermano y
yo, fuimos a buscarlo por el pueblo, pero no lo veíamos por ningún lado. Estábamos
acostumbrados a que desapareciera, siempre que podía se escapaba por el hueco
que había entre la parte de debajo de la portada del corral y el suelo, pero
nunca pasaba la noche fuera de casa. Y esa noche lo hizo. Nunca lo volvimos a
ver.
Con el tiempo mi padre nos contó que,
mientras nosotros estábamos en el colegio, se encontró a Tobi tumbado entre
unos sacos vacíos que teníamos almacenados en una habitación de la planta baja de casa muy malherido, con muchas heridas de pelea. Se enteró que le pegaron
una paliza varios perros pastores alemanes que había en un solar del pueblo
donde se había metido a investigar. Hizo todo lo posible por él pero las
heridas, según el veterinario, eran muy graves y lo mejor era que lo
sacrificaran para que no sufriera. Lo sacrificó con mucho dolor y pena. Y Tobi desapareció de nuestras vidas para siempre.
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