jueves, 24 de septiembre de 2015

Tobi

De vez en cuando me viene a la memoria mi perrillo de cuando era pequeño. No era un perro de raza, ni grande, ni de esos que te saben dar la pata, ni de los que hacen mil piruetas dejándote asombrado y con la boca abierta, pero para mí era el mejor de todos, era mi perrillo.

Siempre me han gustado los animales, pero mi madre, más reticente a ellos, porque por norma general le iba a tocar cuidarlos a ella, nunca me dejo tener uno, y mira que hice intentos. Cada vez que tenía la posibilidad de llevarme un cachorrillo a casa lo hacía. Y siempre la misma historia. Llegaba a casa contento y feliz con mi nueva mascota, con una sonrisa de oreja a oreja, hasta que traspasaba el umbral y con las mismas mi madre me la quitaba de un plumazo enviándome de vuelta a la casa del dueño que me lo había dado para devolverlo. Daba igual que llorara, que intentara convencerla para que me lo quedara o que me pusiera cabezón diciendo que no lo iba a devolver, y yo por aquella época podía ser muy cabezón, pero daba igual, siempre mi madre daba al traste con mis ilusiones y tenía que deshacerme de él. 

Tobi, era un  uno de esos chuchos que tantos hay por España, una mezcla, de quien sabe cuántos genes, de distintas razas que dieron un perrillo pequeño, medio ratilla, con pelo semi-largo blanco y negro, de orejas grandes y puntiagudas, mirada inteligente y lleno de energía, "nunca se veía quieto el tío".

Me acuerdo el día que nos lo dieron a mi padre y a mí. Era verano, como no tenía colegio, antes de hacer el vago en casa, mi padre me dijo... "¿Te vienes a repartir vino conmigo?" y yo, encantado de montar en el camión y recorrer los pueblos de Toledo, me fui con él sin pensármelo dos veces.

A lo largo de la mañana estuvimos en varias localidades, no me acuerdo de la ruta, pero si del pueblo donde un cliente nos lo dio. El pueblo era Bargas, un pueblo de la zona norte de Toledo, con sus casas encaladas y calles semi vacías en verano. Llegamos allí a medio día, más cerca de la 1 de la tarde que de las 12 de la mañana. Aparcamos el camión  con varias ruedas subidas en la acera para que, si daba la casualidad que algún coche pasara aquella hora por la calzada, no molestara. Frente a nosotros, la portada verde el cliente nos esperaba.No recuerdo su nombre. Podría ser Juan, José, Felipe, Luis, Alberto, Carlos…, pero da igual.  Abrimos el lateral de la parte del remolque que daba a la calle y sacamos las cajas de vino que nos había pedido. El cliente nos echó una mano y una vez terminado nos preguntó si queríamos tomar algo. Como hacía mucho calor y ya habíamos terminado la ruta, sólo quedaba volver a casa, le dijimos que sí. Le sacó  una lata cerveza a mi padre y una lata de refresco a mí.

Mientras nos lo tomábamos, los adultos se pusieron hablar de sus cosas. Imagino que, como todos ahora, hablarían de cómo va el país, que si antes fue mejor,que a donde vamos a llegar si todo continúa así, etc.. Yo, la verdad, no estaba atento a ellos, Había que había una perrilla por ahí danzando con la cola todo el rato de un lado a otro, con muchas ganas de que la hicieran caso y, claro, yo deseando jugar, me dedique a acariciarla y jugar con ella, y ella se dedicó a lamerme la cara, las manos, los brazos y jugar conmigo.

El cliente se dio cuenta y me preguntó si me gustaban los animales y yo con una sonrisa en la boca le conteste, ¡Claro!

-¿Pues te gustaría ver los cachorritos que ha tenido?- Me preguntó. –Ven que te los enseño. - Me dijo sin esperar mi respuesta.

Pasamos a su casa y en el patio nos encontramos con 5 perrillos que vinieron a nosotros moviendo la cola y emitiendo ladridos, bueno más que ladridos, eran una especie de gua, gua en voz baja y aguda..., no llegaba a ladrido como tal.  

- Si te gustan puedes quedarte uno- Me dijo.

¿En serio?- Le pregunté mientras miraba a mi padre para que me diera su aprobación. - Papá, ¿puedo? - Él se encogió de hombros y no dijo nada más. A mi padre también le gustaban mucho los animales, por lo que nunca pondría pegas a llevar un perrillo a casa.

Así que, ni corto ni perezoso, elegí uno de ellos, el que más me gustaba, lo cogí entre mis brazos, le di las gracias al amigo de mi padre y me fui muy contento hacia el camión. Mi padre se despidió de él hasta la semana siguiente que le tenía que llevar el próximo pedido. Subió en el vehículo, lo puso en marcha y emprendimos el camino de vuelta para casa.

Al llegar a casa mi madre se cruzó de brazos con el ceño fruncido. No le gustaba la idea de tener un perrillo en casa, como tantas veces me lo había hecho ver. Pero esta vez tenía un as en la manga, no lo podía devolver al momento puesto que era de otro pueblo y había que esperar unos días para poder volver a ir allí, por lo que se quedó en casa y creció con nosotros.

Siempre que volvíamos del cole nos iba a buscar. Se colaba en el colegio que había cerca de mi casa por las tardes, cuando nosotros nos saltábamos la valla para jugar al fútbol, para jugar con nosotros. Cuando mi padre montaba en el tractor para ir al campo siempre era el primero que montaba para acompañarlo y nada más llegar a la tierra que tenía que arar, mi padre le abría la puerta y Tobi se lanzaba a la búsqueda de conejos, liebres, ratoncillos... Cualquier cosa que se moviera era un pasatiempo para él porque nunca llegaba a cazar nada, sólo se divertía persiguiéndolos..

Un día no volvió a casa.  Al día siguiente, preocupados, mi hermano y yo, fuimos a buscarlo por el pueblo, pero no lo veíamos por ningún lado. Estábamos acostumbrados a que desapareciera, siempre que podía se escapaba por el hueco que había entre la parte de debajo de la portada del corral y el suelo, pero nunca pasaba la noche fuera de casa. Y esa noche lo hizo. Nunca lo volvimos a ver.


Con el tiempo mi padre nos contó que, mientras nosotros estábamos en el colegio, se encontró a Tobi tumbado entre unos sacos vacíos que teníamos almacenados en una habitación de la planta baja de casa muy malherido, con muchas heridas de pelea. Se enteró que le pegaron una paliza varios perros pastores alemanes que había en un solar del pueblo donde se había metido a investigar. Hizo todo lo posible por él pero las heridas, según el veterinario, eran muy graves y lo mejor era que lo sacrificaran para que no sufriera. Lo sacrificó con mucho dolor y pena. Y Tobi desapareció de nuestras vidas para siempre.

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